lunes, 5 de diciembre de 2011

Me gusta cuando callas...

Extrañamente, la primera frase de uno de los poemas más conocidos de Neruda nos refleja perfectamente bien como sociedad: somos adictos al silencio. Y no es que andemos por la vida sin hacer ruido, sino, más bien, que no queremos escucharlos. Pucha que nos molesta cuando alguien habla muy fuerte, cuando alguien habla demasiado o cuando alguien se hace destacar demasiado; no soportamos los colores demasiado fuertes y menos sobre el cuerpo de algún personaje (a no ser que sea un payaso); somos los reyes del murmullo y cuchicheo, y nos negamos a responder cuando nos increpan. Por más que odiamos que el «flaite» vaya escuchando música en el celular a todo volumen y sin audífonos, no podemos romper la majestuosidad de nuestro silencio para encararlo (que lo haga otro). Somos secos para poner miradas feas al estilo “Zoolander”, pero jamás nos atrevemos a hablar… Esperamos que el otro nos interprete. Nos comemos la risa y la rabia. Y por más que sabemos que nos están  penqueando nos quedamos callados… y pobre que otro alegue… eso tampoco nos gusta.

Esas son las expresiones que clásicamente se le atribuyen a la gente provinciana o «huasa», como escuchaba cuando era niña, y creo que tienen razón. Desde que vivo en la capital (soy de Conce) me he dado cuenta que el provincianismo nos brota por los poros: somos un país provinciano… un jaguar en lo económico (puede ser), pero un jaguar provinciano, de esos que gruñen bajito.

He ahí la sorpresa que el mundo, los chilenos mismos y nuestra clase política (hay que nombrarlos a parte, pues no hay nadie más lejos de la gente chilena que nuestros políticos), se llevó cuando comenzaron a poblarse las calles de gente protestando. ¡Alguien estaba haciendo ruido! En lo personal, más que las protestas en Magallanes, contra la aprobación del proyecto de Hidroaysén, por la educación pública (y más); más que lo anterior, digo, me sorprendió que la gente protestara y cortara el tránsito porque las micros del Transantiago no pasaban. Y que lo siga haciendo. Para mí ese es el hito que podría anunciar un cambio de personalidad en el chileno: sin mayores líderes, ni discursos ni arengas; ciudadanos X, no necesariamente jóvenes, desde hace rato conscientes de que les habían pasado un gol de media cancha, fueron capaces de gritar: ¡No más! 

Espero que esto de aprender a gritar se mantenga, porque el silencio es agradable sólo hasta que comienza a transformarse en estupidez.


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